domingo, 16 de agosto de 2009

Almuñecar, una de las ciudades más antíguas.

Hola niños, hoy os voy a contar un cuento muy divertido para que disfruteis del lugar en donde estais.

Seguro que muchos en este mes de agosto estais jugando en la playa y muchos habreis ido a Almuñecar y habreis subido a una piedra enorme con muchas escaleras desde donde se ve todo el mar. ¿A qué es azul? Habéis visitado el ornitológico, está muy chuli.

Bueno, yo os quiero contar una historia de este sitio, hace muchos años, cuando no se veraneaba en la playa, Almuñecar era una isla y pensad que no había coches y entonces era muy difícil ir por tierra porque había ladrones que te podían dar un buen palo. ¡Qué susto!

Existían unos señores que se llamaban fenicios que estaban todo el día haciendo telas rojas que luego vendían. Vivían muy lejos, en una ciudad que se llamaba Tiro que estaba por un país que hoy se llama Líbano (donde hay unos árboles muy bonitos que se llaman cedros). Claro a los fenicios les gustaba ir a Cádiz (a cualquiera no le gusta ir a Cádiz, jejeje), pero los barcos eran muy lentos y entonces hicieron un puero en Almuñecar donde se paraban en el camino y respostaban.

Con el tiempo se hicieron muchas casitas en Almuñecar y se pusieron a fabricar un pescaito enlatado que estaba buenísimo y que se llamaba garum, era tan caro como el caviar, pero a los romanos les encantaba. El problema es que se nos ha perdido la receta y no lo podemos hacer.

Lo último que os voy a contar de Almuñecar. Había un señor con un nombre muy raro, se llamaba Abd al-Ramhman ibn Muhawiya al-Dajil, que vivía en Damasco y era príncipe, lo invitaron a una cena con toda su familia, pero como era muy listo vió que quien lo invitó era tan envidioso que lo quería matar, entonces no fue a la cena (si toda su familia, ¡qué mal les sentó la cena! Nuestro amigo cogió sus barcos, muchos barcos porque era muy rico y se fue muy lejos de Damasco. a Almuñecar, llegó y se fue a Córdoba y se nombró rey de Córdoba, siendo el primer emir musulmán de la ciudad.

lunes, 1 de junio de 2009

El cardenal Cisneros.

Erasé una vez un cura calvo y con muy mala leche que un señor de blanco que hay en Roma lo nombró príncipe y todos los demás empezaron a llamarle eminencia.

El hombre era muy amigo de una señora de armas tomadas que tenía muchos cortijos y le tenía mucha manía a los moros y los judíos, menos a su médico, se llamaba Isabelita. Ésta se había casado con un muchacho muy majo de Zaragoza que se llamaba Fernandito y que le tenía mucha manía a los vascos porque quería sus cortijos.

Ambos se quisieron hacer un chalecito para la eternidad en Graná, haber si con el tiempo tomaban esa gracia especial que tienen los granainos. Nuestro cura que se llamaba Paquito se fue allí y traía por el camino de la amargura a los pobres artistas ya que el hombre no quería decorar el chalet porque le gustaban las paredes lisas.
Como tenía esa gracia tan especial lo mandaron a Toledo para que dejara lisas las paredes de todas las iglesias, mientras intentaba enseñar a los pequeñuelos idiomas muy chulos en una escuela que había construido en Alcalá de Henares, una ciudad muy llana que anda muy cerca de los madriles, de donde era vecino un manco que le dio por escribir de un loco demasiado cuerdo que luchaba con los molinos de viento. Ya contaremos su cuento.
Estando nuestro Paquito en Toledo, una ciudad tan divertida como él, con gente muy hospitalaria, eso sí con seriedad, se murió la Isabelita, luego Fernandito y todos su yernecito que era muy guapo, pero que se atragantó con agua fría porque le gustaba el footing. Así que el hombre se tuvo que hacer cargo de los cortijos de todos ya que la reina Juanita le había dado por decir que su marido estaba durmiendo del cansancio del footing.
Así que nuestro pobre cura se encontró rodeado de unos señores muy simpáticos que se llaman nobles que querían haber si pillaban algo de los cortijos. Claro que ninguno sabía que Paquito tenía guardado en el castillo de Toledo unos cañones de última generación para el que se pusiera chulo. Ya que él le tenía que guardar todos los cortijos a un niño muy soso que vivía en Alemania y se llamaba Carlitos y que era nieto de su amiga Isabelita.
El hombre estaba desesperado porque viniera a España para enseñarle español y hablara con más gracia, pero cuando llegó nuestro amigo Paquito estaba mayor y de la alegría de ir a recibirlo se murió a mitad del camino y no le pudo enseñar español.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.