lunes, 1 de junio de 2009

El cardenal Cisneros.

Erasé una vez un cura calvo y con muy mala leche que un señor de blanco que hay en Roma lo nombró príncipe y todos los demás empezaron a llamarle eminencia.

El hombre era muy amigo de una señora de armas tomadas que tenía muchos cortijos y le tenía mucha manía a los moros y los judíos, menos a su médico, se llamaba Isabelita. Ésta se había casado con un muchacho muy majo de Zaragoza que se llamaba Fernandito y que le tenía mucha manía a los vascos porque quería sus cortijos.

Ambos se quisieron hacer un chalecito para la eternidad en Graná, haber si con el tiempo tomaban esa gracia especial que tienen los granainos. Nuestro cura que se llamaba Paquito se fue allí y traía por el camino de la amargura a los pobres artistas ya que el hombre no quería decorar el chalet porque le gustaban las paredes lisas.
Como tenía esa gracia tan especial lo mandaron a Toledo para que dejara lisas las paredes de todas las iglesias, mientras intentaba enseñar a los pequeñuelos idiomas muy chulos en una escuela que había construido en Alcalá de Henares, una ciudad muy llana que anda muy cerca de los madriles, de donde era vecino un manco que le dio por escribir de un loco demasiado cuerdo que luchaba con los molinos de viento. Ya contaremos su cuento.
Estando nuestro Paquito en Toledo, una ciudad tan divertida como él, con gente muy hospitalaria, eso sí con seriedad, se murió la Isabelita, luego Fernandito y todos su yernecito que era muy guapo, pero que se atragantó con agua fría porque le gustaba el footing. Así que el hombre se tuvo que hacer cargo de los cortijos de todos ya que la reina Juanita le había dado por decir que su marido estaba durmiendo del cansancio del footing.
Así que nuestro pobre cura se encontró rodeado de unos señores muy simpáticos que se llaman nobles que querían haber si pillaban algo de los cortijos. Claro que ninguno sabía que Paquito tenía guardado en el castillo de Toledo unos cañones de última generación para el que se pusiera chulo. Ya que él le tenía que guardar todos los cortijos a un niño muy soso que vivía en Alemania y se llamaba Carlitos y que era nieto de su amiga Isabelita.
El hombre estaba desesperado porque viniera a España para enseñarle español y hablara con más gracia, pero cuando llegó nuestro amigo Paquito estaba mayor y de la alegría de ir a recibirlo se murió a mitad del camino y no le pudo enseñar español.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.